La catástrofe natural que sacudió a Japón el viernes pasado -un sismo de 9,0 en la escala Richter- puso de manifiesto nuevamente todas las contradicciones del régimen social, al rojo vivo, como suelen hacerlo este tipo de hechos. La comparación con los recientes terremotos que tuvieron lugar en Haití o Chile son inevitables. Mientras que en el primer caso hubo más de 200 mil muertos, en Japón se registraban 1.500 muertos y 10 mil desaparecidos a tres días del sismo. Una cifra también muy lejana de los cientos de miles de muertos por el tsunami asiático de 2004. Las construcciones y planificaciones contra estos hechos permitieron que algunas ciudades como Tokio pudieran reanudar su actividad con relativa normalidad. Japón contó con los recursos para hacerlo por ser la tercera economía del mundo.
Sin embargo, el panorama se oscureció ante la alarma de una inminente fusión nuclear en la planta de Fukushima, luego de que se registrara una serie de explosiones en varios reactores los días posteriores al terremoto. Los muros construidos para resguardar las centrales nucleares de catástrofes naturales no estaban construidos para prevenir un tsunami, considerado como "poco probable". Del mismo modo, los generadores de diesel colocados para la alimentación de los sistemas de refrigeración fueron construidos a una altura demasiado baja como para sortear una inundación, algo que finalmente sucedió. Esta posibilidad era considerada "como extremadamente improbable pero es un tema de gran inquietud desde hace décadas", según Ken Bergeron, un físico especializado en accidentes en reactores. Estos elementos produjeron el fracaso de todos los intentos por enfriar el reactor y obligaron al gobierno a utilizar agua de mar, lo que fue definido como un "un acto de desesperación", según Robert Alvarez, especialista en la materia. El jefe de Gabinete, Yukio Edano, declaró que hubo varias fugas radiactivas en algunos reactores, mientras que la radiación de la central nuclear supera los límites permitidos. También se declaró el estado de alerta en la planta de Onagawa (noroeste), por un aumento significativo en los niveles de radiación. Una fusión nuclear tiene un alcance sumamente destructivo hacia la población regional, como lo demuestran las experiencias de Chernobil (Ucrania, 1986) o Three Mile Island (Estados Unidos, 1979). Japón cuenta con cuatro centrales nucleares con varios reactores cada una, además de Fukushima y Onagawa. Por este motivo, el primer ministro Naoto Kan salió rápidamente a desmentir las comparaciones, asegurando que no existe la posibilidad de un escenario de semejante gravedad, aunque ya hay más de 600 mil evacuados. Además, los especialistas del tema denunciaron la "parcialidad" de la información vertida por el gobierno sobre el tema, al tiempo que denunciaron el retraso en la reconversión tecnológica de las centrales para un desarrollo sustentable, bloqueada por los pulpos energéticos fuertemente vinculados con el gobierno, como la Tokio Electric Company Center -gerenciadora de la planta de Fukushima- u otros consorcios y firmas europeas. La organización Greenpeace denunció que el desarrollo de energías alternativas como la eólica son bloqueadas por el lobby de estos pulpos que explotan la energía nuclear, sumamente cuestionada en su utilidad, en connivencia con el Estado. Inclusive con la construcción de centrales nucleares en áreas sísmicas o que pueden ser afectadas por un tsunami. La crisis nuclear destaca la contradicción entre la potencialidad material para un desarrollo sustentable -que además puede organizarse y prevenirse frente a los desastres de este tipo- y la orientación social de la clase capitalista, que somete los intereses del conjunto de la población al beneficio privado.
Naturaleza y economía
El sismo "es la peor cosa que podía pasarle a Japón en el peor momento", señaló el analista Nouriel Roubini, famoso por ser uno de los pocos especialistas que acertó en el comienzo de la crisis mundial. La frase retrata de manera completa la situación del país luego del terremoto. La economía japonesa sufre el sismo cuando decía estar saliendo de una recesión económica, aunque sufrió una caída del 0,3% del PBI en el último trimestre del año pasado. Los enormes gastos de reconstrucción deben hacerse en el marco de un 10% de déficit en el Presupuesto y una deuda que supera en un ¡200%! al PBI, la más alta del mundo. El Ministerio de Finanzas indicó que el país cuenta con un fondo de 5.000 millones de dólares para afrontar hechos de esta naturaleza. Sin embargo, los costos de reconstrucción se ubican hasta el momento en 30.000 millones, es decir, seis veces más, y esto en un cuadro de suma fragilidad por la situación de las centrales nucleares. Algunos cálculos más osados elevan los costos a 100 mil millones (Página/12, 13/3). A esto se suma la completa parálisis de la economía nipona. Los principales puertos comerciales se encuentran cerrados para la exportación e importación de bienes. Hay barcos detenidos con más de 80 mil tonelada de hierro, carbón y granos. Toyota, Nissan, Honda y Subaru se vieron obligadas a suspender parcial o completamente sus plantas, al igual que la empresa Sony. El primer ministro Kan definió la crisis como "la peor desde la II Guerra Mundial". Teniendo en cuenta que Japón sufrió dos bombardeos nucleares durante esa crisis, se comprende la magnitud de la crisis actual que existe para realizar semejante comparación.
La crisis mundial
El sismo también provocó la caída de prácticamente todas las bolsas del mundo. La bolsa de Tokio cayó el 1,72% y el yen se devaluó 1,47% frente al dólar, lo que obviamente echa más fuego a la guerra de monedas. Sin embargo, el sector más afectado por la crisis nipona son las aseguradoras, un núcleo fundamental de la crisis capitalista mundial. Las acciones de las aseguradoras sufrieron una caída del 6% en las bolsas europeas y asiáticas. En realidad, el peligro que existe es que se recorte la nota de calificación de la deuda japonesa, considerada excelente, a pesar de que su tasa de endeudamiento sea la más alta de todos los países imperialistas. Una contradicción propia del sistema capitalista, pero que ha puesto a miles de bonistas y banqueros a colocar bonos en la deuda japonesa que es, a todas luces, impagable. Una caída en la nota de la deuda en este escenario significaría, lisa y llanamente, la bancarrota del Estado japonés lo que podría desencadenar una nueva ola de quiebras de fondos de inversiones, banco e inclusive Estados enteros. Demás esta decir, esto tiene lugar en una etapa de la crisis mundial donde las masas han comenzado a levantarse contra los efectos de la bancarrota capitalista. Las consecuencias de una catástrofe natural amenazan con revelarse fatales para todo un régimen social de conjunto.
Diego Mendoza
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